Robert Boyling es un periodista inglés que investigando sobre fútbol, descubrió que el primer gol en la historia del deporte fue obra de “King” Kenny Davenport, un novel jugador perteneciente a la clase obrera que jugaba al fútbol vistiendo la camiseta del Bolton Wanderers en 1888. Hasta este hallazgo, la historia contaba que el primer gol de la historia había sido el autogol de Gershom Cox (AV), en un partido entre el Aston Villa y el Wolverhampton Wanderers. Tan solo el atraso de un partido y la diferencia de unos minutos, pudieron esclarecer el problema. Sin embargo, Cox seguiría en la historia del fútbol, como el autor del primer gol en propia puerta de la historia.

Hay goles que generan sufrimiento o euforia desmedida, goles que entregan felicidad mientras que otros solo desazón. En un Mundial, en la Premier League, en el fútbol chileno o en una final de clubes de barrio. Los goles se pueden enmarcar por su belleza o colocar en rutinas humorísticas por su poca gracia. Hay goles históricos y otros que pasan desapercibidos. Hay goles en el arco rival como también en el propio.

Este domingo, como tantas veces, la historia se sentó en alguna butaca del Estadio Playa Ancha. Al igual que el 15 de septiembre de 2007, esperando que un joven Carlos Muñoz la encarnara, el domingo pasado antes que el reloj marcara las 14 horas, un Anemoi venido de Venezuela rompía los esquemas de la escuadra de Copiapó y con un potente disparo al corazón del área convirtió en villano al defensor Lukas Soza. Los jugadores de Copiapó jamás esperaron encontrar un Tifón llamado Reiner Castro.

El viento sopló más fuerte que nunca y levantó a más de doce mil personas de sus asientos para gritar un gol que puede ser inolvidable.

Tal como Davenport en Bolton, Cox en Wolverhampton y Soza en Valparaíso, la historia siempre trae algo para los vagabundos del mundo.