Más que una semana complicada, fue un momento complicado el 2010. Como chilenos nos recuperábamos del terremoto de inicios de año, aún nos encontrábamos impávidos de la situación ocurrida y de todo lo que desencadenó aquella tragedia.

No solo se vieron afectadas nuestras vidas, sino también nuestro fútbol, varios de los jugadores del fútbol chileno son argentinos y ellos no conocen la experiencia de vivir un movimiento telúrico.

Es sabida la historia que por esos tiempos, Franco Quiroga tenía tanto miedo que durmió en el sofá de Pablo López, momento donde se terminaron de aunar como buenos amigos. También está la anécdota de nuestro goleador Rubén Darío Gigena que saltó desde un segundo piso para tratar de poner a salvo a sus hijas. Incluso es más, una de las réplicas más fuertes pilló al plantel entrenando en Mantagua, Quiroga no encontró nada más “valiente” de su parte de ponerse de rodillas en los pastos de entrenamiento para gritar: Vení terremoto, vení. Era conocido el temperamento y las salidas de madre del argentino, la cara de desorbitado que tenía cuando el club rojo que entrenaba Garcés nos marcó el uno a cero y la hinchada invadió la cancha aún no se me olvida; pero esa es harina de otro costal.

Como les indicaba, el fútbol tanto en su estructura como en su organización no se vieron ajenos al sismo ocurrido a principios de año, la ANFP decidió hacer un campeonato largo y así resentir menos a los jugadores en el desarrollo del campeonato. Varios estadios se vieron afectados por el suceso, no olvido de los reportes de resquebrajamientos en los nuevos recintos deportivos y entre los estadios afectados estaba uno en Viña del Mar.

El Sausalito, o conocido antiguamente como el estadio junto al Tranque, fue uno de los más serios afectados por el terremoto. La alcaldesa señaló la clausura del sector galería de la laguna por los defectos estructurales que sufría el recinto. No solo el estadio que hacía de local nuestro rival sufría, sino el mismo equipo dirigido por Nelson Acosta. El calvo entrenador, luego de sacar campeón a su equipo se encontraba en ascuas, sin encontrar rumbo y dando tumbos. No podía dormir en las noches el condecorado entrenador, porque los fantasmas del descenso lo atormentaban.

Wanderers era dirigido por un viejo y añorado conocido en el segundo semestre luego de que no se le renovara contrato a Humberto Zucarelli, era Jorge Garcés, el último técnico que vio dar una vuelta olímpica al club de Valparaíso. Luego de varias derrotas consecutivas, el equipo empezaba a enrielarse y entre sus dirigidos se encontraba Carlos Muñoz quien ya sonaba en varios equipos de la capital mientras paso a paso se convertiría en una de las figuras jóvenes más rutilantes del año 2010.

Como les señalé en un principio, la semana era agitada, días atrás había renunciado Nelson Acosta y asumía Diego Osella la dirigencia del club evertoriano. Además de aquello, el club contrario se encontraba al borde del abismo en primera división. Los organizadores del cotejo negaron la habilitación del sector laguna para el encuentro, entre los coordinadores en un principio decidieron ubicar a la barra de Santiago Wanderers en el sector del Cerro; pero luego de pataleos varios de la porra local se revirtió la decisión ubicando a LOS PANZERS en Andes.

Ya en Octubre hacía calor y no pude adquirir una entrada para Andes porque estas se vendieron como pan caliente, lo cual muchos hinchas porteños llevo a comprar las entradas de galería que le correspondían a la barra rival y otros no tan valientes decidieron comprar las entradas a marquesina. Yo opté por lo segundo.

Recuerdo que los días previos al partido un conocido que era hincha de Everton me emplazó para apostar algo con él, ya que se encontraba segurísimo que ante su gente, su equipo iba a salir de la mala situación ante su eterno rival. Luego de tantos emplazamientos, decidí apostar lo siguiente: El que pierde, debe aceptar la solicitud de “hijo” en Facebook del ganador.

Llegó el Sábado y almorcé temprano, por primera vez en mucho tiempo, iba solo al estadio porque mi padre y mi hermano no pudieron asistir al partido. Tomé la micro hacia el tranque y pude divisar a varios hinchas caturros entre Libertad y 1 Norte con bengala en mano haciendo algarabía.

Entré al estadio por el sector de marquesina, portando mi camiseta del Celtic la cual utilizo para ir a los partidos (ya que debo admitir que en esos años la camiseta wanderina la encontraba horrible, lo cual me alentó a comprarme la camiseta que describo y luego se transformó en costumbre). Al ubicarme, me vi rodeado de simpatizantes del equipo rival lo cual no me preocupó de lo más mínimo porque para algunos aún sabemos distinguir una contienda de un asunto de vida o muerte que aún los equipos de la capital no saben asumir.

Mi mirada en vez de estar centrada en el calentamiento de los jugadores, estaba fijada en el sector Andes, estaban todos los Panzers en plenitud, los cánticos tronaban en ese estadio, al parecer las grietas del Sausalito se profundizarían luego de tal rugido proveniente del sector opuesto. Mientras en el cerro, pálidos atisbos de un grupo de locales que se intentaban conjugar para intentar hacer peso a la hinchada caturra –no pudieron en ese momento ni nunca en todo el transcurso del partido-.

Equipos a la cancha, el sector Andes explota nuevamente, los petardos se escuchan más fuerte que nunca, los fuegos artificiales no se hacían esperar, de todas las veces que fui a Viña del Mar nunca vi de manera tan evidente desbordado el sector ese, son parte de esos recuerdos imborrables que se unen a el campeonato del 2011, los distintos ascensos, el día que fui al entrenamiento de Wanderers en el 99 y otros tantos más que estaría horas enumerando.

Son de la B, Son de la B se escuchaba cada vez más fuerte, se volvía casi un himno cuando Gigena decide hacer una pirueta en el aire que nunca más en su vida volverá a repetir, el gigantón y tronco por antonomasia decide desafiar a su peor enemigo, la gravedad, y se contorsiona cual Reinaldo Navia en sus años dorados contra Católica y Colo Colo para ajusticiar al golero rival haciendo sus primeras armas en el fútbol profesional de Primera División, al “zanahoria” luego de ese día suprimió el color verde de su vida y fue confinado a los parajes más recónditos de Chile, incluso creo que hasta hoy día cuestiona su decisión de seguir una carrera relacionada con el fútbol.

¿Cuándo fue la vez que escuché el grito del Alegría tan fuerte? Fue ese día, los “VERDE” se escuchaban hasta el Mall de 15 Norte, aún espero los reportes del día que los anunciadores de grandes tiendas no se les entendida nada a la hora de ofrecer sus productos porque el equipo del puerto rugía una vez más haciendo los esfuerzos de aquellos que hablaban en el Mall, austeros.

El ataúd asomaba entre la hinchada “visitante” que parecía más local que nunca, la gente de oro y cielo solo esperaba que no fuesen víctimas de la figura del Decano y que si Dios existía, que un gol del local pudiese empatar el periplo. Lamentablemente, Dios es wanderino y cuando faltaban 20 minutos ilumina a Carlos Muñoz, el que luchó contra todos y con todos para estar ese día en cancha, quien liquida toda esperanza y sepulta todo anhelo en el cuadro de Viña del Mar. Recuerdo que se saca su camiseta y se va a celebrar junto a la barra que tantos goles gritó, ese romance entre los Panzers y Carlos Muñoz ese día florecía una vez más pero el destino dictaba que el jugador de Playa Ancha partiera por “mejores” rumbos.

Pitazo final y el primer golpe letal para el eterno rival, en esos momentos empezaba la procesión del condenado a su lugar de eterno descanso. La primera palada la puso el loro, que en muletas y cada día deteriorándose más por su enfermedad, estuvo presente ese día para atestiguar su último clásico por un campeonato.

Sobre mi conocido hincha del equipo rival, lamentablemente para él, no solo tuvo principio de insolación sino que se encontró conmigo a la salida, con una cara de muerte por la decepción que significó ver su equipo caer inapelablemente.

No atinó a nada, era un fiel reflejo de lo que era su equipo, un moribundo más, que días después aceptó la derrota.

por Nicolas Bezama