¿Qué tienen en común una oficina en Santiago, una cancha de tierra en Cordillera y un consultorio en Limache?

Primera pista: vigilia.

Era fines de mayo y en la oficina de la Vale, jefa de control de calidad en una industria de plásticos, algo raro pasaba con el calendario de actividades de junio-julio en la pared. Cuando entraban sus compañeros le preguntaban qué significaba la anotación al margen, distinta a todas las otras, escrita con un plumón verde, «8 semanas» se leía.

La Vale premiaba al curioso con una sonrisa breve y los ojos abiertos, y continuaba hablando de ingeniería.

Segunda pista: alegría.

Después de un par de días en que «la tiraron con balde», era un domingo de junio en la cancha Guillermo Bravo, Cordillera. Y así como el domingo era el día del señor para una señora que entraba a la Parroquia del Perpetuo Socorro, a unas cuadras; para Juanito era el día del balón. Zapatos embarrados, guantes rajados, salida de cancha, se ubicaba bajo los palos, y parecía que sacaba cuentas en voz alta.

«¿Estai’ adivinando cuántas veces te vai’ a sacar la chucha en el barro?», le gritó su primer central. «28 días», se dijo el Juanito, antes de que empezara el segundo tiempo.

Tercera pista: Playa Ancha.

Hace unos días el Pancho, estudiante de medicina, daba un gran paso en el consultorio de Limache. Iniciaba su primera práctica. Atendía a un niño con gripe. Sería el primero de muchos, ese día. «Jarabe antibiótico…», indicaba la receta. «Cada doce… 96 horas», anotó.

El Pancho tuvo que cambiar la primera receta que dio en su vida. Error excusable, ¿no?

Hoy, viernes 21 de julio, se lee «0 semanas» en el calendario de la Vale en la capital. En Cordillera, el Juanito se despertó diciéndose «hoy es el día». Y el Pancho en Limache apuntará «3 horas» en la última receta que dé hoy.

Se acaba la vigilia, wanderinos queridos. Vuelve la alegría. Volvemos al estadio, a Playa Ancha, a alentar a nuestros colores. Se acaban dos meses que parecieron veinte, donde todos fuimos la Vale, el Juanito y el Pancho.

Celebremos y apretemos la guata. Ilusionémonos, preparemos la garganta y no dejemos nunca de alentar, porque vuelve Wanderers.

Día de Wanderers otra vez.