«Rara vez el hincha dice: “Hoy juega mi club”. Más bien dice: “Hoy jugamos nosotros”.»; escribió el uruguayo Eduardo Galeano en «El fútbol a sol y sombra» (1995).

El hincha nace y se desarrolla por el origen y en el origen, por socialización, por estilo, por la tierra, por negación e incluso –aunque no nos guste- por exitismo. El hincha se construye desde dentro hacia fuera, en su ambiente: el fútbol.

De estos somos varios. Está el religioso, el que está en misa, ese que llega domingo a domingo a sentarse tranquilamente a mirar cómo corre la pelota sobre el césped, mientras en su mente pasan milagros, dioses y demonios, un gol de chilena, un triunfo aplastante o una derrota en el último minuto, la felicidad y el miedo, pero sin pronunciar palabra alguna. La procesión se lleva por dentro y solo en las uñas se refleja el proceso. Sólo respira. Ese que llega a la casa después del partido y sigue haciendo sus cosas como si nada hubiese pasado, pero que el lunes llega con el pecho inflado al trabajo o al colegio. Nunca falla en el estadio, es socio desde los 10 años. Sentado un poco más arriba está el analista, el que escucha todos los días la radio en la hora de almuerzo esperando que hablen de cualquier equipo, que se sienta sagradamente fin de semana tras fin de semana en el sillón de su casa a ver la Premier League en la televisión y en el computador una página de mala muerte con la segunda división de la liga de Kazajistán. Ese que hace los cambios antes del partido, que construye esquemas y formaciones, que conoce la pierna hábil de cada uno de los jugadores y de memoria te informa de las amarillas que faltan para que el defensa central quede suspendido para el próximo partido. Siempre con los audífonos puestos, comenta los cambios y te busca convencer de que el juvenil que está en la banca es mucho mejor que el titular, te habla de transiciones, de la marca y su mejor amiga siempre será la tabla de posiciones. Ese que ve todos los partidos del torneo nacional y que su sueño de vida es dirigir un equipo de barrio o al Real Madrid, este hincha respira fútbol. Siempre está. Unos cuantos metros más hacia la izquierda está parado encima de la butaca el trastornado, el que debería estar en el manicomio por enfermo. Este sabe poco y nada de fútbol, no le interesa ni la final de la Libertadores entre River Plate y Boca Juniors; pero si le preguntas sobre su equipo, te relata hasta lo que comió en el viaje que hizo hace unas semanas a alguna ciudad inhóspita del mundo con tal de ver al equipo de sus amores, mientras sigue contando las monedas para pegarse otro viaje al otro extremo del mundo. Su vida gira en torno al equipo, lleva tatuado el emblema en el pecho, gasta todo su sueldo en ir a la cancha y el día lunes no puede hablar de tanto que gritó el fin de semana. Siempre está y nunca se calla.

Un día domingo a las 12, frente a la Universidad de Playa Ancha, encontramos a estos hinchas sentados a unos metros de diferencia, no se conocen y probablemente no tienen nada en común, pero tienen puesta la misma camiseta. El primero tiene la del año, el segundo tiene la que le trae buenos recuerdos y el tercero cualquiera, la que encontró en la casa, aunque esté manchada. Los tres nacieron en la misma ciudad, los tres tienen amigos del mismo equipo, los tres viven en familias que por años han seguido al mismo club, los tres se preparan con el alma cuando se enfrentan al archirrival, los tres jamás han sido exitistas, porque de lo que más saben es de sufrimiento.

Todo club cuenta con este tipo de hinchas, pero ningún otro siente como lo sienten ellos. Es especial, tan especial como estar en la segunda división y llevar más de 13.000 personas a un partido y tener una suma no despreciable de 144.287 asistentes en el torneo. Tan especial como conjugar el origen, la socialización, la camiseta, el estilo, la tierra, la objeción y el amor en un solo color. Cuando se tienen todos esos componentes, estamos frente a la más hermosa identidad.

El reino de la libertad humana ejercida al aire libre, tiene sentido con estos tipos, con estos hombres y estas mujeres.

El fútbol tiene sentido con el hincha. Wanderers comienza y se hace infinito con la pasión y el sentir de cada uno de sus fanáticos.