Donato Hernández, entrenador del equipo verde, siempre quiso que sus jugadores conocieran bien el reglamento;  una vez en una charla técnica nos preguntó “¿Se puede hacer un penal indirecto?” lo cual luego de varios cuestionamientos llegamos a la conclusión de que si se podía realizar, lo cual nos generó una buena idea para el partido que se venía.

Llegue a Valparaíso luego de que Elías Figueroa me recomendara, ya que jugando contra él por La Serena dijo que el delantero que más lo había hecho traspirar era Hernán Godoy. Compartí camarín con Cantatore, “Pichi” Becerra, Manuel Canelo, Haroldo de Barros, Juan Olivares, Negro López, Pastel Méndez y tantos otros. Éramos  guapos en casa y afuera, teníamos un estilo propio; reflejábamos la garra del porteño, lo que quería el pescador, la gente sufrida de los cerros. Antiguamente uno no se cambiaba de club como uno se cambia de ropa interior, porque uno se identificaba con el equipo.

Luego de los entrenamientos a cargo de Hernández, recuerdo las horas que pasábamos jugando ataque-defensa, una innovación para ese tiempo, el cual consistía en una pichanga entre los defensores titulares del equipo con aquellos que nos dedicábamos a atacar. Esas contiendas eran extensas y culminaban generalmente con un asado donde compartíamos todos los involucrados. Muchas veces esos asados se hacían en el Cerro Placeres, donde la mamá del Pichi tenía a cargo unas canchas de baby fútbol e incluso en distintas oportunidades, las usamos para proseguir con “la revancha” que terminaban a las 9 de la noche o más allá.

Se venía la quinta fecha del campeonato, había que ir a Viña del Mar a enfrentarnos con el clásico rival, en la semana Donato nos preparaba para la contienda. La cual debía ser ganada de todas maneras,

 En esos días, no contábamos con Juan Olivares porque se encontraba probándose en el extranjero, en Inglaterra –creo que fue al Sunderland- y era pieza clave del equipo; camino a Viña nos preparábamos mentalmente para el clásico, un poco dubitativos a pesar de todo ya que en esos tiempos era difícil ganar en el Tranque y al arco estaba Aránguiz. Toscano instantes antes de entrar a la cancha hablaba con Pérez, ellos estaban tramando algo.

El partido se empezó perdiendo, Everton dominaba las instancias pero nosotros no aflojábamos en ningún momento. El rival empezaba a enfriar el encuentro  cuando me cometen un penal, alegría en las gradas verdes al existir la esperanza de igualar el encuentro.

Toscano toma el balón, mira a Pérez; el público expectante mientras el arquero evertoriano esperaba ser espectador del empate transitorio o la consolidación de héroe de la jornada. El árbitro pita, el de verde corre hacia el balón y la toca hacia el lado; entra Pérez por el costado y fusila al guarda meta viñamarino. Era el empate, la conversación en la semana con Donato había surtido efecto y todo el ímpetu de la barra wanderino nos impulsó a ir por más. Años posteriores, un tal Cruyff repetiría la jugada por el Ajax.

Ya por finalizar los noventa minutos, un jugador oro y cielo se arranca hacia el área nuestra y Aránguiz comete penal, el árbitro señala la pena máxima y lo expulsa. Los hinchas de los locales se vinieron abajo, el triunfo estaba en sus manos y nosotros sin arquero; Toscano decide tomar la posición de Aránguiz que se va cabizbajo a la banca –que en esos años era solo un durmiente en el pasto-.

El delantero se pone en posición y patea, Toscano ataja y la tira rápido a Waldo Herrera que arranca por la banda y centra, instantes finales la pelota elevada en el cielo cercana al área rival y convierto el gol de la victoria porteña. El clásico era nuestro, al igual que las sonrisas.

 Camino al túnel para los camarines, ya celebrando la victoria me encuentro con un carabinero que en un súbito arrebato nos abrazamos y su gorra salió volando; la algarabía por el triunfo en los últimos minutos era total así que nada importaba. En esos tiempos los pacos eran milicos, milicos para sus cosas y tenían prohibido algo como esto, pero un festejo de Santiago Wanderers ante su clásico rival lo ameritaba.

Días más tarde, caminando por la calle, un tipo de pelo corto me saluda

 –Clavito, ¿cómo esta?- me dijo

– ¿Disculpa?- no lo reconocí

– Soy el paco del clásico

– Buena mijo, ¿cómo le ha ido?

– Mal poh clavito, me dieron de baja por lo del Domingo; pero no importa, moriré siendo wanderino pase lo que pase.

        Por Hernán Godoy