Fue un año extraño, un año de muchos contrastes, contrastes que solo un equipo como Wanderers lo pudo haber vivido. El año partió con Espinel y su nefasto torneo, que terminó con el adiós del técnico charrúa y a la postre una salvación del descenso con un pobre empate ante Cobresal en Playa Ancha. Nos salvamos, pero no del todo. Magra campaña que más adelante lo sufriríamos. Lo más destacable para mí de ese torneo, la remontada a Everton en Sausalito 2 a 2 viniendo de un 2-0 en contra.

Como aquella salvación ante el abismo llego Nicolás Córdova a Wanderers. Uno de los técnicos mejores valorados, con mayor proyección del futbol chileno. Técnico que venía de Palestino con altos y bajos, entre 4tos de Final de Sudamericana, como punto alto, pero una división enorme en el plantel como punto de inflexión para el joven técnico. Llegaba a Wanderers con la clara misión de salvar al decano del descenso, que estaba mirando desde cerca.

Teníamos la ventaja de que Curicó, recién ascendido, jugaba con el promedio a su irregularidad, que ganando una seguidilla de partidos nos salvábamos sin problemas, y bueno si por cosas del destino jugábamos la promoción, era difícil caer. Como la pagaríamos.

Con Córdova partimos mal, un 2-0 en Copa Chile ante Cobresal recién descendido traía aires de preocupación, bueno era el primer partido, faltaban unos engranajes que ajustar, pero no todo podía ser tan malo. La vuelta demostró lo que el equipo podía dar.

El Transición comenzó de una extraña, pero no mala manera. 5 empates consecutivos y una victoria en la 6ta fecha ante San Luis daba ilusiones de que la tarea se sacaría adelante. Pero seguido a eso comenzó una irregularidad enorme con varias derrotas y empates que nos mantenían al borde de la desesperación. Como anestesia ante el dolor, la Copa Chile nos entregó un inédito pase a la final. Sin duda algo que necesitábamos hace mucho tiempo. Estábamos a solo 90 minutos de ser campeón.

Ese día fue especial para todos aquellos que viajamos más de 800 kilómetros para acompañar al equipo en ese partido, que para muchos, era el  más importante en 16 años El hincha de Wanderers no es un personaje exitista, en los debates pasionales del futbol no argumentamos que somos hinchas por los 32 títulos y una Libertadores antigua. Pero a pesar de eso, pucha que es rico disfrutar la final de tu equipo, pucha que es rico ganar esos partidos. Ganar esos partidos, y así fue. Un categórico 3-1 que nos elevó al cielo, nos arrodillo con el llanto, nos abrazó con el de al lado, nos hizo recordar a los que ya no están. Wanderers después de 16 años se coronaba campeón.

Muchos pensábamos que esto sería un embrión anímico, un espaldarazo al tremendo trabajo de Córdova, pero nada de esto sucedió y el abismo estaba cada vez más cerca. Una farra de partidos, como ante Temuco en Playa Ancha o la poca hidalguía ante Palestino nos llevaron a una promoción, que a simple vista se veía ganable.

Sacábamos la tarea adelante. Wanderers ganaba en Quillota, y en Playa Ancha en los noventa, la tarea parecía sacada. Pero un error garrafal entre Castellón y López, nos sepultó a la B. Los penales, una simple anécdota. Nuestro descenso estaba catapultado cuando el remate de Viotti se colaba en el arco. Nuestra peor pesadilla se hizo realidad, nos fuimos a la B.

Es hora de sacar cuentas y ver lo que viene el próximo año. Una misión retorno como gran objetivo y una Libertadores como el gustito que el marido se da con su vieja a fin de mes, para disfrutarla. Nicolás Córdova no es el responsable del descenso, falló en un objetivo, salvar un barco que ya estaba hundido hasta la mitad. Seamos sinceros, hace rato veníamos chuteando el descenso. Nicolás Córdova que antes de hundirse con este barco, nos dio una alegría que nadie en mucho tiempo nos dio se merece seguir en este club. No darle el mérito del campeonato y enjuiciarlo es no hacer justicia. Finalmente todos sabemos quiénes son los responsables.

Que este año que viene pase rápido, para que volvamos al sitial que nunca deberíamos haber abandonado. La misión retorno ha comenzado.