Los textos acá presentados corresponden al libro “Wanderers, Biografía Anecdótica de un Club” publicado por Ediciones Stadium en 1952 y escrito por el ex dirigente Manuel Díaz Omnes. Consta de 24 capítulos y Eseaene.cl, en el mes del 121 aniversario, te entrega desde el domingo 4 y hasta el gran 15 de agosto dos de éstos en forma diaria y con ilustraciones para que puedas conocer lo que fue el primer esfuerzo por contar la historia de la institución más hermosa del mundo.

SEGUNDA PARTE: PARTIÓ SANTIAGO WANDERERS
CAPITULO XI: VAMOS AL FIELD

No todos los números trece son del mal augurio; y esta excepción esta confirmada en el hecho de que Santiago Wanderers, en 1913, se ganó un campeonato por partida doble: llegó puntero en la competencia “League” y se repitió los espárragos con la Copa Sporting Club.

Este triunfo, con debe y haber, puso en tal forma eufóricos a los wanderinos que encontrando de que la Provincia les quedaba chica para exhibir sus pergaminos, tomaron un barco y se envelaron a Coquimbo, en donde desembarcaron apenas pasado el Día de los Muertos, en un bote “pa bultos y pasajeros”, que apenitas llegó al muelle, pues con el peso de tanto crack, al transbordarlos del barco empezó a hacer agua.

Menos mal que llegamos a tierra –exclamo González-, porque como yo no sé nadar…
-Te habríamos enterrado en Coquimbo, repuso Lester, que mucho tenía de coquimbano.

Después de unos tragos y abrazos para curar el mareo, que ofreció la Liga a los visitantes, éstos se dieron una vuelta por la calle Aldunate, se llenaron de hollín y regresaron al hotel a lavarse…

Al día siguiente se mostraron gentiles en la cancha, pues las patadas de los locales así lo exigían, y empataron a un gol.

Por la noche hubo mantel largo y discursos; y a los postres se entonó la “Canción de Wanderers” que los porteños llevaban de tapadita.

Linda música, exclamo Alfredo Steel, representante de la Liga Coquimbo. ¿Y es original?
-Pues claro, repuso Chato Geldes. Es original de Efraín Arévalo, aquí presente.

Se desenfundó una vihuela y don Efraín canto el himno acompañado de sus boys, con más entusiasmo que si les hubieran estado dando cuerda.

“Al batir las palmas
que da la victoria…”

Claro que la expresión era solamente simbólica, porque tal victoria no había existido. Apenas se había logrado un empate.

A la mañana siguiente la delegación partió a La Serena, la ciudad de las iglesias, los claveles, las chirimoyas y las muchachas bonitas. El Chato Geldes por mirar mucho a una dama que había en las tribunas –las mujeres no iban al fútbol en aquella época porque consideraban inmoral ver a hombres jugar en calzoncillos-, sólo pudo hacer un gol, por lo que el partido terminó en empate, a gol por lado, pues uno de los hermanos Peralta, con mucho sabor a pisco y a Valle del Elqui, también hizo lo suyo, a nombre de La Serena.

Con dos empates en el bolso, más unos pocos pesos de quince peniques, regresó a Valparaíso la delegación, pero con un gran acervo musical, pues todos –dirigentes y jugadores- con la guitarra de Arévalo a la cabeza, formaban más bien un coro polifónico que un conjunto deportivo.

“…Por siempre juremos
defender la honra
y el nombre del club…”

Juramentos en falso, pues dentro de los componentes de la delegación hubo más de alguno que al poco tiempo, volvió sus espaldas a Wanderers. “Espaldas vueltas, memorias muertas”.

Y como estábamos en la época en que la música sólo llegaba a los hogares por intermedio de las niñas que tocaban el piano y cómo en la mayoría de las casas no había este instrumento, era entonces cosa corriente que las piezas musicales sólo fueran conocidas por la gente “bien” y por los que frecuentaban las filarmónicas, en donde se bailaba mejor.

La música de “Capitán Craddoc” llegó a Chile envasada en una alargada caja de cartón e impresa en un rollo de papel, con muchos agujeros largos, cortos y redondos, para que los criollos la ejecutaran con los pies, en unos grandes auto-pianos, de patente norteamericana, que vendía con grandes facilidades de pago la firma “Grimy y Kern” de calle Esmeralda.

Efraín Arévalo –músico por excelencia- tomó un rollo, lo estiró, como quien estira un papel higiénico, lo puso entre los dos ejes superiores de un “Auto-Piano New York” y ejecutó la melodía.

-Aquí me mando mi parte –se dijo-, esta es la canción que Wanderers necesita.

Y mientras le sudaban los pies a fuer de tanto pedalear, iba escribiendo la letra, que sería, a la postre, el himno oficial de su club. Para hacerla más original, le suprimió la introducción, le bajo una octava en la parte de su “creación” que dice:

“Alegre cantemos,
por siempre juremos…”

Y la dejó a “tono” para que la cantaran tirios y troyanos.

El pobre gringo o gringo pobre, que al otro lado del Atlántico, había compuesto en la bella Albión, la música original de una marcha sin trascendencia, debe quizás –él vive aún-, estar agradecido de este Efraín criollo que, conjuntamente con “arreglarle” su melodía, gracias a la “letra” está logrando hacerla inmortal como la “Cumparsita”.

Y como Arévalo sabía mucho de fusas y semifusas, conjuntamente con tutearse con las corcheas y la llave de sol, nadie dudó de su originalidad; y así además agregamos que dominaba el ritmo y la métrica, le fue sencillo ajustar unas estrofas a la melodía, que aunque de poesía nada tuvieran, dijeran mucho de su club.

“Geldes como wing no tiene igual,
no tiene igual,
Mario como centro es superior,
es superior…”

Y Manuel Geldes, el formidable wing izquierdo que en la cancha El Carmen, de Santiago, desmontaba a un “paco” de un pelotazo, sonreía satisfecho, mientras Mario Barbagelatta, el inter-wing, elegante y oportuno, hacia un gesto de aprobación, sin importarle un bledo que Arévalo lo hubiese colocado de “centro” en su canción.

La hinchada bufaba y la guitarra de Arévalo se hacía huinchas tocando:

“Y el Santiago Wanderers
supo conquistar…”

-Pero si Ramón Carnicer es una alpargata vieja al lado de Arévalo. No hay música mejor que la Canción de Wanderers…
-¡Y la letra!
-Sí, Eusebio Lillo quedó chiquitito…

Y los socios se estudiaban los versos con más entusiasmo que cuando aprendieron el abecedario.

“Three kisses a los eleven
de nuestra institución.
Three kisses a todos ellos
que luchan con tesón…”

Besos van y besos vienen; y de a tres por banda, nada menos, como en el “Pirata” de Espronceda.

“Hurra a sus capitanes
que así saben luchar.
hip, hip, hip hurra!…
vamos al field…”

Y todos querían ir al field, con paso marcial, al compás del himno.

Don Efraín sonreía satisfecho, por su doble éxito: música y letra “original”. Chica y chancho, como dice el huaso. Y la música inglesa de “Capitán Craddoc” dejo de existir para dar vida a la Canción de Wanderers, con letra y “música” original de Efraín Arévalo.

intercityEn 1893 se jugó el primer partido entre porteños y santiaguinos en el Parque Cousiño de la capital. Para el año 1919 este clásico era todo un espectáculo y Santiago Wanderers nutría en gran medida al seleccionado de la Liga Valparaíso no sólo en la cancha, sino también en el ámbito dirigencial (foto: revista Estadio).


S
EGUNDA PARTE: PARTIÓ SANTIAGO WANDERERS…

CAPÍTULO XII: DORMIDOS EN LOS LAURELES

Guillermo López Pérez, en representación de Santiago Wanderers, había asumido la presidencia de la Liga Atlética y de Football Valparaíso y su compañero de club, Ricardo González Aguirre, la vice presidencia, y como el equipo seleccionado de la Liga, era casi todo verde, les fue fácil organizar inter-cities, muy de moda en aquella época; y casi la primera mitad del año 1919 se pasaron jugando con Quillota, Asociación Santiago o la Liga Metropolitana, con resultados siempre favorables para los colores con la “V” blanca.

Los wanderinos se sentían dueños del puerto. La presidencia y vicepresidencia de la dirigente la tenían en sus manos; la tesorería, en manos de Romeo Borghetti, también era caturra y el equipo seleccionado en su mitad era verde.

Pancho Gatica, Roberto Cartagena, Telésforo Báez, Hernán Bolados, Mario Barbagelatta y el Chino Díaz. Medio equipo ni más ni menos. Y si contamos bien, algo más de la mitad.

Por eso cuando se anunció un nuevo partido en la capital entre las selecciones de Valparaíso y Santiago, por la “Copa Alvarez Condarco”, todos los deportistas del puerto se volvieron locos por ir a la capital a alentar a su equipo y muy en especial los caturros que se inscribieron en cantidades fantásticas, para acompañar a la selección, previo pago de trece pesos, por boleto de ida y vuelta y en tren especial, hasta Mapocho.

Los bomberos que todos los domingos por la mañana jugaban su competencia en la Cancha de Carabineros, elevaron una solicitud a la Liga Bomberil, para que les fueran suspendidos sus partidos del domingo 3 de agosto, pues deseaban trasladarse a Santiago a alentar a sus parciales, aunque Valparaíso ardiera por las cuatro esquinas.

El sábado, desde la Estación Bellavista, partió la delegación, presidida por Guillermo López Pérez, Ricardo González Aguirre y Audilio Jiménez Gamonal.

A las 7 de la mañana del domingo siguiente, el tren especial “zarpó” rumbo a Mapocho, con más de 600 personas, entre las que destacaban unos ciento cincuenta bomberos, que en medio de su entusiasmo futbolístico, le habían perdido el cariño al agua y se hacían acompañar por sendas botellas de mosto.

Por la mitad del camino, antes de entrar a Llayllay, para “pasar” los huevos duros que sirvieron de desayuno, se empezó a libar del tinto y del otro, por lo que se acabó el contenido de las botellas bomberiles y empezaron a salir las damajuanas que por su mayor cubicaje pusieron tan eufóricos a los deportistas, que cuando el tren paró en Yungay, ya no se conocían los unos a los otros.

-¡Viva el Santiago Wanderers!
-¡¡Viva!!

Ya en Santiago invadieron la plazoleta de la Estación Mapocho entre cantos y ¡hurras! Y con tanto entusiasmo que los habitantes de la gran aldea creyeron, en los primeros momentos, que se trataba de una invasión, por lo que hasta los pacos desenvainaron la catana.

Pero la sangre no llegó al río; y con las tripas vacías, pues no había tiempo de echarle algo al buche, los seiscientos caballeros del deporte, se encaminaron a la Avenida Independencia a llenar sus damajuanas y se trasladaron en seguida a la Cancha Gath y Chaves, situado a unas veinte cuadras de la Plaza de Armas.

Una vez en la cancha los equipos, el dominio de Valparaíso fue absoluto; y Bernal, el arquero de la metrópoli tuvo que ceder tres córners, los que fueron pateados malamente, pues el público de Santiago molestaba al Chino Díaz y a Paredes, los encargados de servirlos, con gran complacencia de la policía, que hacía vista gorda y con la indignación de Guillermo Palacios Bate, cronista deportivo de “La Unión” de Valparaíso, que al lunes siguiente estampó su protesta en las eucarísticas columnas de su diario y, muy en especial, en contra de los players santiaguinos que cometieron tantos hans que más parecían jugadores de rugby que de fútbol.

Sin embargo, pese a la parcialidad de las autoridades, las ocho mil personas que presenciaron el match –un verdadero récord de asistencia– se comportaron en forma más o menos correcta y los únicos que dieron la “nota alta”, según Guillermo Palacios, gran amante del “bell canto”, fueron los deportistas porteños, que no conformes con el 2×0 con que ganó Valparaíso hicieron en las galerías manifestaciones “inconvenientes”.

Todos creyeron que el regreso de los porteños sería el acabóse; pero éstos les dieron un mentís a los que así lo pensaron, pues cuando el tren especial hizo su parada en Barón, todos venían dormidos sobre los laureles del triunfo y junto a sus damajuanas.

 

  • Este sábado por la noche publicaremos el capítulo XII y XIV titulados “Un jugador hurtado de Coquimbo y su concentración policial” y “Las tres B”, respectivamente.