Los textos acá presentados corresponden al libro “Wanderers, Biografía Anecdótica de un Club” publicado por Ediciones Stadium en 1952 y escrito por el ex dirigente Manuel Díaz Omnes. Consta de 24 capítulos y Eseaene.cl, en el mes del 121 aniversario, te entrega desde el domingo 4 y hasta el gran 15 de agosto dos de éstos en forma diaria y con ilustraciones para que puedas conocer lo que fue el primer esfuerzo por contar la historia de la institución más hermosa del mundo.
PRIMERA PARTE: DE LA CANCHA DE LOS LÚCUMOS…
CAPÍTULO V Y FINAL: ESTE ES EL CLUB DE MI HERMANO
Tenía sus razones para saberse engreído. Sus pantalones abombillados de anchas listas grises y negras, conjuntamente con alargarle las piernas parecía que empinaban su persona, colocándola en un plano superior, sino de inteligencia, por lo menos de estatura.
Podría afirmarse que sus dieciocho años no bien maduros, refundíanse aquella tarde en un vestón negro de seis botones y vueltas diminutas, sobre las cuales destacábase la nívea blancura de un cuello de goma, que parecía amarrado al cogote por una corbata de líneas oblícuas, azules y rojas, que caía sobre el pecho como un detente de su elegancia.
Mientras caminaba, con paso tardo, por la acera sur de la calle Serrano, sintió cierto deleite al contemplar en las vitrinas de los almacenes «El Globo» el perfil de su personalidad, que parecía acentuarse bajo su sombrero de copa redonda y alzadas rígidas alas.
La vicepresidencia del club con que la muchachada le había distinguido, era ahora para Vicente Lobos la iniciación de una nueva era en su vida de muchacho trabajador y modesto; pues de otra manera no se explicaba aquel refinamiento de dandy y aquel aire protector que empleaba para tratar hasta asuntos sin importancia.
-Está bien, señor presidente-, le había objetado aquella mañana a su amigo Gilberto Hidalgo, al conocer su opinión sobre la marcha del Club. –Pero estimo que sus ideas debe usted exponerlas en el consejo directivo.
Y el cabro Hidalgo, el hombre ejecutivo de aquel grupo de muchachos en vías de organización, con una sonrisa irónica, le respondió a su flamante vice:
-Entonces citaremos para esta tarde a reunión.
Y es por esto que ahora con paso mesurado, como contemplándose los zapatos de charol con cañas de gamuza gris-perla y abotonados sobre los tobillos, dirigíase a la Plaza Echaurren, rendez-vous de la palomilla brava del puerto y amplia sala de sesiones del nuevo club deportivo, del cual Vicente Lobos había sido ungido vicepresidente.
Bajo un farol a gas, en el frente mismo de los Grandes Almacenes «El Vapor», aguardaba Isidoro Martínez, el primer tesorero, mirando de reojo las vitrinas, con ambas manos en los bolsillos del abrigo y el cuello de éste subido hasta taparle la parte inferior del rostro.
Saludó Lobos ceremoniosamente y consultó de inmediato:
-¿Ha llegado el resto del Directorio?
-Sí, ahí está-, repuso indiferentemente Martínez, mostrando con un gesto un numeroso grupo de curiosos que se estrechaban en torno de un par de ciegos que, con voces lastimeras y al compás de una guitarra y un desvencijado violín, cantaban en el centro de la plaza:
«Oh, flores que nacéis tristes
bajo la yerba escondidas,
por qué sois tan parecidas
a otras flores que amé yo…»
Pancho Avaria cruzó la calzada y saludando amistosamente al recién llegado, informó tendiéndole la diestra:
-Sólo faltabas tú, para abrir la sesión. Al frente está todo el directorio.
Los cieguitos habían dejado de cantar y mientras enfundaban sus instrumentos, sus auditores ocasionales dispersábanse en todas direcciones, quedando junto a ellos sólo un corrillo de comadres, los nueve flamantes dirigentes del nuevo club deportivo que tenía su sala de reuniones en las amplitudes de la Plaza Echaurren y dos hijos de Constantinopla que vendían al aire libre desde un par de medias borlón, hasta una peineta para el moño, «todo a cuarenta».
José Murphy que a pesar de no haber sido elegido en el directorio, hacía las veces de director de equipo, informó a los concurrentes:
-De acuerdo con lo conversado con el presidente del Club Nacional, del Cerro Artillería, mañana jugaremos en «El Empedrado» un match de football. El amigo Avaria, como capitán, me dice que debemos formar con Eduardo Real, como goal-keaper; Pancho Avaria y Gilberto Hidalgo, de backs; Romeo Real, Enrique González y Pedro Mujica, de half-back; Manuel Álvarez, de wing derecho, Eduardo Pizarro, de insider; Arturo Acuña, de centro-foward; Carlos Solar de insider izquierdo y Germán Sánchez, a su lado, de wing.
A pesar de que las diez personas presentes sólo se incluía a seis en el equipo y a pesar, también, de lo poco que habían entendido la clasificación inglesa que daba Murphy a los jugadores, aceptaron gustosos su composición, con el bien entendido de que se entrara a la cancha correctamente uniformados y no como aquellos descamisados que pichangueaban todos los domingos, luciendo más hilachas que una penca.
-Yo sólo exijo corrección en los uniformes-, puso como condición Vicente Lobos, con el ejemplo visible de la pulcritud de su indumentaria.
– Pierde cuidado, cabro, repuso Manuel Álvarez, que desde hacia quince días no dormía pensando en la hora en que debía lucir el uniforme de su club. Nosotros nos presentaremos más encachados que los gringos.
Y cuando a la mañana siguiente -entre el Muelle Prat y las bodegas de los Ferrocarriles-, entraron once muchachos a la cancha, luciendo pantalones negros de ajustadas piernas, cuyos bordes inferiores les rozaban las rodillas; anchos cinturones de cuero con relucientes hebillas de níquel y cubiertos sus pechos henchidos de gozo por albas camisetas de manga corta, con ribetes negros y dos iniciales enlazadas sobre el corazón, una sonrisa de triunfo dibujóse en el rostro de sus inspiradores y el acicate de la curiosidad pinchó las almas de los habitúes a las jornadas matinales de la cancha «El Empedrado».
-¿Qué club es éste?-, preguntábanse mutuamente, pero no lograban darse una respuesta.
-¿Cómo se llama este club?
Y Santiago Murphy, un muchachito de quizás apenas unos seis años de edad, que obedecía al apodo de «El Crespito», por lo ensortijado de su cabellera, y que en aquellos momentos desempeñaba el papel de cuidador de las ropas de los jugadores con que se demarcaba la anchura de los «arcos», fue el encargado de dar la respuesta:
–Este es el club de mi hermano-, dijo solemnemente, con el orgullo propio del porteño. -Se llama Santiago Wanderers. Y es mi club…
En los primeros años de Santiago Wanderers y hasta bien entrado el siglo XX fue el Deportivo La Cruz (de camiseta amarilla con una banda negra) el más enconado rival caturro. En la imagen, de principio de la década de 1910 aproximadamente, se observa en acción al portero caturro Roy Lester ante el mencionado adversario (foto: archivo SW).
SEGUNDA PARTE: PARTIÓ SANTIAGO WANDERERS…
CAPÍTULO VI: EL CAPITÁN FERNÁNDEZ VIAL, UN CLÁSICO Y UNA PONCHERA
El siglo XX, cuando hizo su entrada por las canchas de fútbol chilenas, encontró a Santiago Wanderers algo crecidito, por no decir que usaba, de acuerdo con la época, pantalones a media pierna.
Tenía inscrito su equipo superior en la National Football Association, organismo que presidia honorariamente el Capitán de Navío, don Arturo Fernández Vial, hombre de agua por todos los lados –la salada para navegar y la dulce para beber- enemigo irreconciliable del alcohol y entusiasta patrocinante de los deportes.
Santiago Wanderers, conjuntamente con los clubes Chile-Brasil, Liceo Wanderers, La Cruz, Cordillera, Liceo Rangers. Red Star, Liceo Star y London, disputaban un campeonato de jerarquía y la competencia “National” –como se le llamaba- pasó por lógica a conquistar toda la afición del puerto, no sólo por la calidad de los equipos que en ella actuaban, sino que porque el capitán Fernández Vial, como buen hombre de espada, llevaba todas sus cosas de “frente marr…»
El equipo de “La Cruz” que ya caminaba con pasos firmes sobre las canchas, se había convertido en el enemigo número uno de las huestes wanderinas, pues ganaba partido tras partido, haciéndole sombra a las aspiraciones del decano.
Fue así como ambos clubes llegaron a disputar la final, la que se jugó en la cancha de “Los Lúcumos”, con un resultado lógico, por la calidad de los contendores: empate a cero gol.
Frente a este hecho, la directiva de la “National” dispuso que el desempate se jugara en la cancha de “Caleta Abarca”, para que así los crucianos hicieran de dueños de casa, ya que su sede social la tenían en Viña del Mar.
Congregó este partido a tal número de aficionados, que el capitán Fernández Vial, decía, a quien quisiera oírle, vuelto loco de gusto:
–Esta es la forma de combatir el alcoholismo, vida al aire libre y práctica de deportes.
Mente sana y cuerpo sano.
Pero a pesar del esfuerzo puesto por ambas escuadras ninguna pudo superarse, dando término a la brega con un nuevo empate, pero ahora a gol por lado. En fin, algo se progresaba; ya no se terminaba sin abrir la cuenta.
Sin vencedores ni vencidos, hubo de repetirse el match, ahora en cancha neutral, y se eligió la de Valle Verde, en donde después de muchos “chutes” al gol, se llegó a un nuevo resultado aritmético: cero al cuociente.
–Pero si los crucianos no nos pueden ganar, exclamaban los albos.
–Si nosotros somos superiores a los wanderinos, decían los amarillos.
Y blancos y canarios saltaban y quedaban donde mismo.
Se reunió entonces la directiva de la Association y después de un debate de más de una hora, llevado a cabo en el local del “Café Pacífico” de calle Esmeralda, se llegó a la conclusión de que el partido debía repetirse, por cuarta vez, en la cancha original, o sea la de “Los Lúcumos” y agregando un nuevo trofeo, además de la “Copa National”, el que de acuerdo con el consejo de presidentes y capitanes, debía consistir en una ponchera de plata, con bandeja y cucharón de llapa.
El público, ávido por presenciar este match sin superación, ascendía los cerros del puerto, con grandes disposiciones de alpinista.
– Hoy se define el partido Wanderers-La Cruz.
– ¿Dónde?
– En Los Lúcumos.
Y hombres y niños, en verdaderas caravanas, se aglutinaban cerca de la Parroquia de La Matriz para ascender por el Cerro Carretas, camino obligado que llevaba a la cancha.
Y el capitán Fernández Vial, ante el éxito de su competencia, seguía repitiendo su estribillo, ahora borracho de entusiasmo:
-¡Ven! Esta es la forma de apartar al pueblo de las cantinas.
Y, lógicamente, tenía razón. Los consecutivos empates de ambos rivales habían entusiasmado en tal forma a la afición, que el partido llego a tornarse “clásico”, denominativo que perduró por muchos años y que aún recuerdan viejos tercios del deporte porteño.
Sin embargo en esta oportunidad tampoco hubo un vencedor y albos y amarillos abandonaron el field después de un empate a dos goles por lado.
La “Copa National”, ahora con una ponchera de apéndice, seguía en el aire, con gran regocijo de la afición y gran nerviosismo de parte de los contrincantes.
Pancho Avaria, el pequeño y gran capitán, junto a Juan Leiva, que posteriormente alcanzó fama nacional defendiendo el arco del Club Unión de Santiago, y a Gustavo Ducasse, Leblanc y Lütjens, estudiaban tácticas y estrategias, pero ¡ni agua! Ya tenían cuatro empates en el bolso y con muchas probabilidades de un quinto.
Pero como quien porfía mucho alcanza, el cuadro wanderino –a la quinta fue la vencida- obtuvo por fin un triunfo, superando a su porfiado rival por la cuenta de dos a uno.
Lograda esta ambicionada victoria y con ella el título de Campeón de 1900, el capitán de Wanderers, en un gesto olímpico, cedió la copa a la Association, para que fuera disputada en una nueva competencia, actitud que no sólo mereció el aplauso de la afición, sino que el reconocimiento de sus caballeros rivales.
Y –oh, ironía del destino- el abstemio Capitán de Navío don Arturo Fernández Vial, quizás sí con dolor en el alma, hizo entrega, en seguida, al equipo wanderino de la ponchera de plata, con bandeja y cucharón de agregados.
Y el triunfo de este primer clásico porteño fue festejado por los albos del puerto, bebiendo a la salud del abstemio presidente de la National en la ponchera por este mismo entregada.
- Este miércoles por la noche publicaremos el capítulo VII y VIII titulados “Un triunfo de campanillas y dos jugadores más” y «Somos más fuertes que esta tragedia», respectivamente.
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