Los textos acá presentados corresponden al libro “Wanderers, Biografía Anecdótica de un Club” publicado por Ediciones Stadium en 1952 y escrito por el ex dirigente Manuel Díaz Omnes. Consta de 24 capítulos y Eseaene.cl, en el mes del 121 aniversario, te entrega desde el domingo 4 y hasta el gran 15 de agosto dos de éstos en forma diaria y con ilustraciones para que puedas conocer lo que fue el primer esfuerzo por contar la historia de la institución más hermosa del mundo.

1907Este era el uniforme de Wanderers en 1907, cien años después el modelo inspiró la camiseta alternativa del Decano, que se fue a Primera B. Un siglo antes, gritó campeón con la banda negra con el siguiente equipo: Nelson; Péndola y De la Barra; Rodríguez, Jiménez y Nock; Acuña, Reyes, Espinoza, Álvarez y Muñoz (foto: Viejos Tercios).


SEGUNDA PARTE: PARTIÓ SANTIAGO WANDERERS

CAPÍTULO IX: UNA SESION EN SORDINA Y UNA FOTOGRAFIA QUE NO FUE

El año 1907 partió silenciosamente, pero en Wanderers dejó una huella histórica: su primer cuadro obtuvo el título de campeón «Association» de la Liga Valparaíso, por lo que los colores albos se colocaban una vez más por las nubes, en el espacio deportivo.

Antes de iniciar la temporada de 1908, hubo que renovar el directorio, cosa común y corriente en toda institución que se jacte de tal; y fue así como Remigio Marín, el locuaz y eficiente secretario, citó a reunión general para el 19 de marzo, en los salones del diario «El Mercurio», a objeto de tomar los siguientes acuerdos:

«1.- Hacer entrega al Capitán del Primer Equipo de una medalla de oro, por sus dieciséis años de actuación continuada en el club;
2.-Fijar día y hora para que el cuadro campeón de 1907 sea fotografiado, conjuntamente con el directorio que resulte elegido, y
3.-Renovación del Directorio»

¡Cómo cambian los tiempos!

Hacer entrega de una medalla a un jugador y retratar a un equipo campeón, tenía mayor importancia para los wanderinos de ayer que la renovación de su mesa directiva.

Y fue así como ajustándose a la «tabla», Eliseo Segundo Guerra, colocó sobre el pecho de Arturo Acuña una medalla de oro, con cinta tricolor -los colores verdes aún no maduraban- pronunció un discurso de cajón, le estrechó la mano emocionado y ambos se sentaron enseguida, tan circunspectos, que parecían dos diplomáticos.

Arturo Gálvez que presidía la sesión, pidió un voto de aplauso para el gran capitán y los veinte y cinco asistentes aplaudieron por cincuenta.

Enseguida, de acuerdo con la «tabla» se acordó que el equipo campeón, presente en la sala, se presentara al día siguiente, a las cinco de la tarde a la fotografía Spencer y Co. ubicada en la Avenida de las Delicias, para sacarse un mono con toda la chafalonía de sus triunfos.

Y no habiendo otro asunto que tratar se procedió a la elección del directorio y el que se renovó sólo en parte, pues sólo por un casi la directiva de 1907 no resultó totalmente reelegida.

Para presidente -dió lectura al escrutinio Remigio Marín-, Arturo Gálvez.
Grandes aplausos.
Para vice, José Jiménez.
Nuevos aplausos.
Para secretario, el que habla y para pro, Alfredo de la Barra.
Palmas nuevamente.

Un empleado de la redacción llegó hasta la sala a pedirles, por favor, que no aplaudieran más, pues con tanto ruido no dejaban trabajar. En voz baja continuó, entonces, su lectura Remigio Marín:

Tesorero, Eliseo Segundo Guerra; subtesorero, Enrique Salinas y primer capitán, Arturo Acuña.
El recientemente condecorado, se puso de pie y colocándose el dedo índice sobre la boca, hizo una reverencia de agradecimiento.
La ceremonia se estaba desarrollando en sordina.
-Vicecapitán -siguió Marín-, Pablo Woitas. Capitán del Segundo Equipo, Máximo Bruna y Vicecapitán, Arturo Gálvez.
No cabe dudas que en aquellos tiempos una capitanía valía por dos presidencias.

Terminado el acto eleccionario -sin fraudes ni cohecho- se acordó jugar un match amistoso y once medallas, con el Club Universo, el próximo domingo 22 en la cancha Riofrío y, en nombre de Dios, se levantó la sesión.

Para dar cumplimiento al segundo de los acuerdos, la tarde del viernes 20, a las cinco y media horas, toda la plana mayor wanderina estaba reunida en Avenida Delicias con Maipú, con sus uniformes impecables en los maletines, medallas y trofeos, dispuesta a «sacarse» una fotografía bien encachada y que debía perdurar en la futura secretaría del club.

No bien se hallaron todos reunidos, Guerra, don Eliseo, los guió hasta una casa de dos pisos, situada en el lado poniente de la Avenida y al lado de un galpón de una bodega de frutos del país, sobre cuya puerta se destacaba un enorme letrero que decía: «Spencer y Co., Fotografía Norteamericana. Santiago – Valparaíso».

Subieron una escalera angosta y en semipenumbra y ya en el «estudio» -una pieza estrecha, con decorados de teatro- se encontraron frente a un gran atril sobre el cual se destacaba un enorme cajón semicubierto con un trapo negro.

Mr. Spencer o quien lo representaba, era un gringo relativamente maduro, con barbas a lo Arturo Prat y bigotes a lo Ramón Freire – tenía cara de héroe de verdad- que recibió la invasión deportiva con muestras de complacencia.

-Los jugadores que tener que cambiarse ropa -dijo-, poder pasar a la sala del lado.

En aquella época, los cronistas gráficos del deporte no se conocían y es por esto que los clubs debían de recurrir a los estudios para fotografiar a sus teams.

Los que pasaron a la sala indicada por el fotógrafo, volvieron al cabo de pocos minutos, luciendo sus impecables tenidas futbolísticas y en las que se destacaban las albas blusas con una negra banda cruzada sobre el pecho, de siniestras a diestra.

El gringo midió de una sola mirada las dimensiones de la sala y con rapidez de relámpago, dijo:
Esta pieza siendo muy chica para tanto fotografiado. Aquí no caber todos.
Hubo un gesto de desaliento en muchos que creyera que no iba a salir en el mono, pero Guerra, el tesorero, objetó de inmediato:
Usted se comprometió a «sacarme» la fotografía. ¿No fue así? En qué quedamos, entonces.
La fotografía poder sacarse, repuso el gringo.
Y mostrando una ventana que miraba hacia una techumbre, sugirió:
Allí, sobre el techo, yo poder tomar la fotografía. Hay más luz y salir mejor.

La idea fue aceptada con entusiasmo.

Todos, dirigentes y jugadores, se trasladaron de inmediato a la techumbre, la que, por su inclinación, permitía que todos se acomodaran a las mil maravillas, con la única dificultad que no había dónde colocar los trofeos. Para salvar ésta se llegó al acuerdo con el fotógrafo de que los dirigentes se retratara con las copas en las manos, haciéndoles fondo a los jugadores que se destacarían en primera plana.

Y cuando el gringo colocó en su máquina las placas de rigor y escondió la cabeza bajo el negro trapo para ajustar el enfoque, ocurrió lo imprevisto.

Las vigas de la techumbre cedieron ante el peso de tan magníficos campeones y en menos que canta un gallo, fotografiados y fotógrafo, con la máquina colocada de sombrero, se encontraron en el fondo de una bodega, confundidos entre las papas, las lechugas y los tomates…

wander 1908Wanderers en 1908. El jersey que lucen los jugadores, ahora caturros, es probablemente el primero de color verde en la historia del club. Otras fuentes señalan que el tono de la prenda habría obedecido a la patria de origen, Irlanda, de quien las donó (foto: Viejos Tercios).


SEGUNDA PARTE: PARTIÓ SANTIAGO WANDERERS…

CAPÍTULO X: UN GRINGO QUE SE EQUIVOCA Y «MÁS VERDES QUE LOS PINOS»

En el vapor “Oravia” de la Pacific Steam Navegation Company fondeó en Valparaíso, en el mes de mayo del año siete, un gringo largo y flaco, como una varilla de bambú, con ojos desteñidos como una tarde lluviosa y la cabeza pelirroja, como una puesta de sol.

Obedecía al nombre de James y se apellidaba Mac Lean. Desde las Islas Británicas se había dispuesto a cruzar el charco, pues decía que tenía alma marinera y que antes de conocer de la fragancia de las flores, sabía de la rosa de los vientos.

Sin embargo, la naturaleza lo traicionó en sus aspiraciones vocacionales; apenas llegado a los canales, perdía su arboladura juvenil, y fondeaba en Valparaíso, en arribada forzosa, preso de un cólico miserere.

El capitán, Mr. Oackley, lo dejó tirado en una cama del hospital San Juan de Dios, puso proa al sur y continuó su viaje en redondo.

Las manos expertas de un cirujano, le extirparon el mal y Mac Lean se encontró, de la noche a la mañana, sano y salvo, junto al muelle Prat, sin un chelín en los bolsillos y, lo que es más triste, sin un amigo.

Pero como no hay mal que por bien no venga, luego supo de la amistad del gringo Nock, su compatriota, que se hospedaba como pensionista en el Hotel Inglés, situado en un costado del parque de Playa Ancha, en donde Mac Lean hizo descansar sus huesos, con la anuencia de su propietario, Mr. Nelson –gringo también- y con el compromiso de que la pensión le fuera cancelada apenas obtuviera el embarque.

Nock, que a sus múltiples actividades sumaba la de ser halve titular del equipo wanderino, interesó a Mac Lean en la práctica del fútbol, pero este, a pesar de venir de la cuna del balón pie, miraba más el mar que la pelota.

Este es un pobre bichicuma–, decían los deportistas, displicentemente.
Pero es un buen amigo del club-, rectificaba Guillermo Nelson, jugador del equipo wanderino e hijo del dueño del hotel, que daba hospedaje a Mac Lean.

Wanderers vivía la época de sus grandes mañanas playanchinas, en donde la cancha era solo del club que colocara primero sus propios arcos.

Los grandes institutos deportivos –parecían escuelas de barrio- movilizaban toda su gente en los atardeceres de los sábados, para plantar sus “arcos” en los hoyos reglamentarios y así ser dueños del “espectáculo” en la mañana de domingo siguiente.

Mac Lean que nada tenía que hacer, era el encargado de pintar los palos, y a pesar del esfuerzo que gastaban muchos clubes para ser los primeros en colocar sus “arcos”, apenas llegaba la medianoche, salían del Hotel Inglés –era cosa sabida- Willie Nelson, con un chuzo y una pala, seguido de Nock y del flaco Mac Lean, a substituir los palos clavados en la cancha, por los que llevaban el nombre de Santiago Wanderers, para que así este fuera el “dueño” del partido a la mañana siguiente.

Los palos substituidos –hurtados en buen romance- eran despedazados a hachazos para que sirvieran de leña y con ellos calentar el horno, para dorar las empanadas dominicales que se servirían después del match.

Aquella mañana después de ganar a Universo cuatro a dos, Mac Lean anunció que el día siguiente regresaría a Inglaterra, en el vapor “Orissa”, pues el capitán Mr. Taylor le había comunicado esta decisión de la Compañía.

Hubo más libaciones que de costumbre y el consumo de empanadas fue también superior al de otras veces. Se brindó por Mac Lean e Inglaterra, “la cuna del fútbol mundial” tan dignamente representada por los hijos de la bella Albión, en las filas de Santiago Wanderers, y el flaco Mac Lean, se abrazó emocionado con Mr. John Nelson, quien, si se hubiera encontrado un poquito más eufórico, quizás hasta le perdona la cuenta.

No obstante, Willie Nelson, como buen contador fue el encargado de liquidarla.

Como usted mi amigo -le dijo a James-, adeuda en el hotel $65 -Mac Lean le había hecho sus abonos con los adelantos de la compañía- yo me haré cargo de su deuda; pero lo único que le pido es que apenas llegue a su tierra nos envíe un juego de jerseys listados –azul y café- para que así volvamos a ostentar esos colores, pues en Chile no hemos encontrado camisetas con estas listas.

Mac Lean, con un abrazo, saldó la cuenta y al día siguiente, cuando el “Orissa” puso proa al sur, el repatriado ratificó su promesa, con un saludo desde la cubierta, y las huestes wanderinas se quedaron en tierra, esperando confiadas las listadas camisetas que harían imperdurables los colores azul y marrón en la historia de Santiago Wanderers.

Pero el año 1907 corría muy a prisa y los barcos que zarpaban para Europa tardaban mucho en regresar.

Las listadas camisetas, por consiguiente, también demoraban su llegada, por lo que se volvió al armiño primitivo, pero agregándole esta vez una banda negra, que al cruzar sobre el pecho de los jugadores, de izquierda a derecha, se identificara con la línea ascendente del club y su futura trayectoria.

Pedro Cortés, Gustavo Ducassé y Eliseo Segundo Guerra, eran los más entusiastas defensores de los albos colores, aunque declaraban que preferían las casacas listadas, pues eran más bonitas y originales.

Sin embargo la competencia de 1907 fue ganada por Santiago Wanderers, conquistando el honroso título de Campeón Association después de derrotar, en memorable jornada, al poderoso equipo de Bádminton que lucía las dobles escarapelas de Campeón Sporting y Association, a la vez; triunfo que alcanzó Wanderers luciendo sus albas camisetas, lo que hizo creer a muchos que este sería el uniforme definitivo del Decano del fútbol chileno.

Mientras tanto, la Football Association of Chile, anticipadamente a los acontecimientos y también a las fechas, se hallaba abocada a la organización de la Olimpiada Centenario –era la primera mitad del año 1908- y en el Valparaíso Sporting Club se desarrollaba una eliminatoria relámpago, pues el 19 de septiembre debía jugar el ganador, en Santiago, la final de este olímpico torneo.

Los wanderinos, mientras tanto, seguían esperanzados en sus listadas camisetas, para tener el orgullo de lucirlas si es que tenían la suerte de llegar a la final.

Y cuando en el mes de agosto llegó a la reunión del club, Guillermo Nelson, con una comunicación en la que se le anunciaba que en el vapor “Oravia” venían las camisetas pedidas –carta de Mac Lean- hubo hasta frases emocionadas para agradecer el “gesto de este gringo que no se olvidaba de su querido club”.

Arturo Gálvez, el presidente, comisionó al secretario Remigio Marín, para que conjuntamente con el primer capitán Arturo Acuña, y el arquero Guillermo Nelson, hiciera la recepción de tan ansiadas camisetas que Wanderers ahora luciría orgulloso en el Campeonato Olímpico próximo a disputarse.

Pero cuando el marinero del “Oravia” les entregó el paquete que les enviaba el amigo James –venían de contrabando- y entusiasmados rasgaron el envoltorio, sufrieron la más grande de sus desilusiones; el contenido de la encomienda eran diez camisetas verdes, más una blanca, con ribetes verdes en el cuello.

Pero éste no es el color del club-, reclamó Acuña.
Claro que no –repuso Marín-, pero son bonitas.
Willie Nelson se “probó” una y la encontraron preciosa.
Pues con estas camisetas jugaremos el campeonato-, sentenció Guerra, el tesorero.

Y por la circunstancia fortuita de un gringo equivocado, nacieron para solar de los aficionados del fútbol de Valparaíso, las clásicas camisetas “más verdes que los pinos”.

La eliminatoria del campeonato siguió, no obstante, su trayectoria y Wanderers, ni largo ni perezoso, fue dando cuenta de sus rivales hasta que con todos los honores de campeón, se trasladó a Santiago, dispuesto a conquistar para el puerto el galardón Olímpico del Campeonato Centenario, disputado, por cierto, con dos años de anticipación.

Frente a la selección capitalina, Wanderers impuso su categoría; y en el match disputado en la cancha del Club Hípico supo ganar como bueno, clasificándose para la final, frente a la Selección Penquista.

Y fue así como el día 18 de septiembre de 1908 –el Día de la Patria- el primer equipo de Santiago Wanderers lució, por primera vez, en sus dieciséis años de vida, las camisetas caturras que tantos triunfos le proporcionarían en el futuro.

Pero había que guardar pino para la final, pues frente a los “choreros” de la Selección de Talcahuano, además de disputarse el Campeonato de Chile, se iba tras la conquista de la Copa Olímpica y el Trofeo Caupolicán, pues de acuerdo con la actuación de los porteños, no podría ser ganada por el equipo de las tierras de Martínez de Rozas.

Pero cuando el día 19 los equipos estaban en los camarines, dispuestos para entrar a la cancha –siempre en los casos trascendentales tiene que haber un “pero”- al jugador de Wanderers, Willie Dear o Mr. Rampla, como se le llamaba fraternalmente, insider derecho del equipo y puntal en su ofensiva, se le extravió el maletín en donde guardaba sus albos y cortos pantalones.

Después de muchas idas y venidas se logró que los dirigentes de la Football Association de Chile, le autorizaran para jugar con pantalones largos, contra todo reglamento, y bajo la responsabilidad del tesorero de Wanderers, Eliseo Segundo Guerra.

Comenzó el partido a jugarse de igual a igual, pero la escasa barra santiaguina que tenía “sangre en el ojo”, después de haber visto caer derrotado a su equipo frente a los porteños, tomaron a Mr. Rampla para el tandeo, y le gritaban cada vez que tomaba la pelota.

¡Suéltala calzonazo!… No se te vayan a ensuciar los pantalones…
Y Willie Dear, a pesar de su flema británica, se sentía algo caldeado, y se “rompía” entusiastamente por su equipo, aunque se le rompieran los pantalones.
– ¡Échale, calzonazo!…
– ¡Pásala, calzonazo!…

Pero a pesar de las expresiones poco edificantes que se le soltaba a más de un espectador y sin importarle un bledo romper sus azules pantalones de casimir inglés, se corrió Mr. Rampla por el centro de la cancha y cuando sólo faltaban siete minutos para dar término al partido, de un recio gambetazo decretó la única caída del arco penquista, con cuyo gol Santiago Wanderers conquistó el título de Campeón Olímpico, con todas las de la ley.

Y con este match Willie Dear dejo sentado un precedente para los jugadores y dirigentes del futuro: para ganar un campeonato hay siempre que tener pantalones.

 

  • Este viernes por la noche publicaremos el capítulo XI y XII titulados “Vamos al field” (o la historia del himno) y “Dormidos en los laureles”, respectivamente.