Fiestas patrias del año 2007 y un nuevo clásico porteño se vislumbraba. En la ocasión, se enfrentaban un Wanderers sin recursos ni jugadores, con un equipo formado en base a canteranos y argentinos de cuarta categoría como Daniel Fernández y Javier Robles, frente a un equipo ratonil ya transformado en S.A. mucho más fuerte en el papel.

Sin embargo, bien sabemos que estos son partidos aparte, además de que se jugaría en Playa Ancha casi sin hinchas visitantes como de costumbre.

La previa estuvo a la altura: en casa con amigos wanderinos tomando unos bebestibles, ya con las camisetas puestas esperando el clásico y esperando salvar un año muy malo en lo deportivo. La fe estaba intacta.

Un espectacular día de sol nos despertaba a eso de las 9 de la mañana con una caña de aquellas (el partido se jugaba al medio día) y en lo personal con una particular disyuntiva: ir con la camiseta verde o la blanca que me había comprado hace poco. Finalmente salí con las dos, pero la blanca arriba de la verde.

Se respiraba clásico en el aire. Las micros llenas, banderas de Wanderers por todos lados, había ambiente festivo y el día pedía un triunfo porteño. Llegamos con mis amigos a la galería norte y el carnaval ya estaba instalado. Al frente con suerte mil hinchas rivales. Batucadas y un carro alegórico con un loro arriba de un tanque y una gaviota de trapo en su mano, daban la vuelta a la pista de atletismo animando al público. Recuerdo que llegando a la galería se intentó quemar a la gaviota de trapo en una parrilla pero la autoridad no lo permitió.

Medio día y los equipos a la cancha, explota Playa Ancha para recibir al Decano del fútbol chileno. Primeros minutos de partido y Wanderers ahogaba a su rival convirtiendo al arquero en figura. Es por eso a nadie extrañó que antes de los 15 minutos Juan Silva marcara el 1-0, tomando el rebote en un córner para luego celebrar con la barra sacándose la camiseta. Playa Ancha era una fiesta.

El resto del primer tiempo siguió igual, pero no cayeron más goles por la impericia de los delanteros, errando una y otra vez frente al arco rival. Ya en el segundo tiempo todo parte mal: Fontanello regala una pelota saliendo para que un jugador ratonil dejara solo a su compañero y marcara el 1-1. Injusto y todo, pero el resultado ya no nos tenía en ventaja. Después del gol Wanderers desapareció de la cancha durante casi 30 minutos y ahora era Prieto quien se transformaba en la figura de la cancha hasta el fatídico minuto 40.

Penal para los roedores, Prieto se va expulsado y todo se venía abajo. La fiesta de hace unos minutos se convertía en desazón frente  a la posibilidad de, por primera vez en mucho tiempo, perder un clásico en Playa Ancha. Reyes se para en el arco y Uribe (el capitán ratonil) frente a la pelota, un jugador que siempre define bien y rara vez falla. Todos expectantes esperando el desenlace, remate fuerte y ¡CLANK! la pelota al travesaño y luego Reyes la manda al córner. Fue como gritar un gol, la galería celebraba el cagazo ruletero: …ay ruletero mira que distintos somos…  Fiesta nuevamente, carnaval y 5 minutos por jugar.

Último minuto del partido, cansados pero felices por el penal errado, cuando veo un pelotazo desde la mitad de la cancha. Por la genial visión que ofrece la galería nunca me percaté que un delantero wanderino recibió esa pelota solo frente al arquero, pero en ese momento veo el balón nuevamente elevarse y que comienza a caer lentamente pegada al palo. Aún sostengo que en ese minuto el tiempo se detuvo o corrió más lento o algo mágico pasó, porque mientras la pelota estaba suspendida en el aire había un silencio absoluto, como si estuviésemos en el vacío, todos paralizados. Pasaron dos segundos y la pelota finalmente cae y se mete en la red. Del silencio pasamos a la explosión. Todos enloquecidos fuera de sí, saltábamos, gritábamos, nos abrazábamos. La felicidad era absoluta. En el momento no me di cuenta quien hizo el gol, no sé cómo se celebró en la cancha, no sé cuando terminó el partido, sólo recuerdo la pelota suspendida en el aire y la posterior algarabía. Todos felices y disfrutando del clásico perfecto: ganar al último minuto luego de que el rival mandara un penal al palo y con uno menos no tiene precio, son esos momentos mágicos que la vida nos tiene reservados a los wanderinos para pararnos frente a todos y decir “esto es Wanderers”.

Luego vino la celebración de los jugadores con la hinchada, el héroe Carlos Muñoz, Juan Silva, José Luis Jiménez, Miguel Catalán, por nombrar algunos. “Cueca porteña” y “a pura choreza” fueron algunos de los titulares en los diarios para hablar del clásico. Como dije en un comienzo, el día pedía un triunfo porteño. Wanderers cumplió y de qué forma, dándole una alegría su pueblo en un año particularmente malo.

Wanderers es lo máximo, Wanderers es lo más grande que existe y ese 16 de septiembre una vez más le dejó claro a las vecinas que no por nada esto se llama Clásico Porteño. Por mi parte desde ese día voy con la polera blanca arriba de la verde a todos los clásicos.

Por Juan Pablo Enríquez