El día viernes me dispuse ir a ver el partido a un bar en Viña con unos colegas de la universidad, mas allá del resultado y de la impresionante actitud de los dirigidos de Arias me quedó en el pincel de la reflexión un tema anecdótico, algo romántico y a la vez nostálgico, una escena que hoy en día por culpa de los inadaptados es muy difícil verlo pero siempre hay una pequeña luz de esperanza de que todo vuelva a ser como antes. Hablo de aquellos inolvidables hinchas de antaño, con su personal estéreo y si el partido era de noche o en una fría tarde lo acompañaban con una frazada y un vaso de café, siempre acompañados de sus nietos y/o hijos que a través del ADN se les traspaso el amor por la verde. Ese hincha que vio a Wanderers campeón el 58’, 68’ 01’ y dos veces levantar la Copa Chile, ese hombre que veía los partidos repletos hasta en la pista de rekortan en el antiguo estadio Playa Ancha, el que también vio brillar a Elías Figueroa, Raúl Sánchez, Juan Olivares, etcétera, ese hombre que tiene más derecho que nadie en decir Wanderers es de sus hinchas, de su gente y no de aquellos que quieren manchar a la institución como la tropa de sinvergüenzas de la S.A. o esos delincuentes que dejaron mal parados a Wanderers, el pasado 6 de diciembre o en el último clásico porteño en Sausalito. Ese hombre que inspira a los escritores wanderinos y que en lo personal tengo el agrado de tener frente a mis ojos, mi abuelo.

No recuerdo el primer partido en que fui a ver a Wanderers, solo tengo una borrosa imagen del año 2000, un partido frente a U. Católica, ganado por los nuestros por 4 goles a 0. Pero tengo la certeza que a aquel partido fui con mi octogenario ser amado. Desde ese punto comienza nuestra travesía viendo a Wanderers, siempre de local y en ciertas ocasiones, cuando los tiempos y la economía acompañaban, se iba de visita. Mi abuelo es aquel hombre que a punta de esfuerzo supo sacar a su familia de la pobreza, trabajando desde el alba hasta el ocaso en las antiguas fabricas del puerto y que los fines de semana vibraba con los onces que salían a vencer a aquellos que osaban en desafiarlos en el coloso de la Avenida Carvallo. Ya creciendo compartimos de nuestras conversaciones sobre el club, sus hazañas y fracasos, de partidos memorables y sobre la actualidad, de los que andan bien o mal, y de su odio a los malvados que le están matando a su Wanderers. Cuando hace un par de semanas atrás murió el gran Raúl Sánchez, mi abuelo me hablo durante horas de lo bueno e inspirador que era el maestro y de cómo marco el futbol en la ciudad y en el país.

Mí homenaje es para él y para todos esos hinchas, a los de la barra Raúl Sánchez, a los socios o a esos anónimos que van sagradamente y que viven Wanderers 24/7. Tengo la dicha de tenerlo aun a mi lado, sé que muchos sufrieron la partida de los suyos pero que mantendrán el legado vivo, asistiendo al estadio o como dice el lema, nuestro lema, defendiendo la honra del club día a día. Decirles gracias por tanto y por darnos unas de las cosas más linda de la vida, el ser wanderino. Lo del viernes no da para grandes análisis, solo queda alabar a nuestros jugadores y darles las gracias por dejar la vida en la cancha dejando de lado la grave crisis institucional, que aunque se niegue afecta mucho a los jugadores. Esperaremos el próximo partido en Playa Ancha que por supuesto iré acompañado de mi abuelo. Wanderers es Valparaíso.

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