Los textos acá presentados corresponden al libro “Wanderers, Biografía Anecdótica de un Club” publicado por Ediciones Stadium en 1952 y escrito por el ex dirigente Manuel Díaz Omnes. Consta de 24 capítulos y Eseaene.cl, en el mes del 121 aniversario, te entrega desde el domingo 4 y hasta el gran 15 de agosto dos de éstos en forma diaria y con ilustraciones para que puedas conocer lo que fue el primer esfuerzo por contar la historia de la institución más hermosa del mundo.

elipse de playa ancha 600x300Elipse de Playa Ancha en 1905.  Actualmente es el Parque «Alejo Barrios» y ya está desprovisto en gran parte de la abundante vegetación que lució hace más de 100 años. Lo que no ha cambiado es su uso para la práctica deportiva.


SEGUNDA PARTE: PARTIÓ SANTIAGO WANDERERS
CAPÍTULO VII: UN TRIUNFO DE CAMPANILLAS Y DOS JUGADORES MÁS

El año 1905 abría sus ojos abismados a la vida y el sol de enero, cual araña dorada, habíase parado sobre el vientre de Playa Ancha, como para contemplarlo desde arriba.

Una bandada de pájaros desorientados semejaban los muchachos corriendo sobre el elipse.

Sus chaquetillas verticalmente listadas – azul y café–, inflábanse como globos tras sus espaldas, mientras más se apegaban al pecho las dos letras enlazadas –S.W.– que representaban el distintivo de su club.

Eran las mañanas del fútbol porteño y los domingos de Santiago Wanderers.

Sudorosos y acezando, seguían con ávidos ojos la trayectoria de la pelota, la que al rebotar sobre el ripio o en las ataduras de los zapatos, parecía ponerse más arisca y difícil de atrapar.

– ¡Háceme un pasesito, pu, oh! …

Y el más diestro en el manejo de la esférica, se detenía risueño y boquiabierto, para observar la posición del compañero.

– ¡Tómala!… ¡Es tuya!…

Y el otro corría desesperadamente en busca del arco adversario.

El parque de Playa Ancha se extendía como una mano abierta, para recibir las inquietudes deportivas de un grupo de muchachos, que vaciaba sobre sus pedruzcos la llovizna salobre del sudor de sus entusiasmos.

¡¡Gol de Wanderers!!… ¡¡Gol de Wanderers!!…

Y las canillas sangrantes nada importaban ante la perspectiva del triunfo.

Eran otros los jugadores, así como había cambiado el color de las camisetas.

El Chueco Acuña -único representante de las huestes de la cancha de Los Lúcumos– capitaneaba ahora el equipo, quizás si con más bizarría que cuando el club daba sus pasos vacilantes en el deporte continental.

Pablo Woitas, sano como una manzana recién cogida, exhibía bajo el arco su madurez asoleada y fragante de juventud; Péndola y De la Barra, con igual lozanía, bajo el sol de verano, mostraban sobre sus frentes las pepas de oro de su sudor, defendiendo la zaga, aguijoneados por las alabardas del calor. Jiménez, Nock y Rodríguez, transpiraban sus nuevas camisetas, como pequeños titanes, creyéndose dueños del elipse; y Álvarez, Espinoza, Muñoz y Reyes, dirigidos por su gran capitán, eran como estiletes que se insinuaban pujantes en la pulpa jugosa del triunfo.

– ¡Gol de Wanderers!… ¡¡Gol de Wanderers!!…

Y tras el arco, Guillermo Nelson, que “jugaba” de reserva, movía sus brazos nerviosamente, como si encumbrara el volantín del éxito de sus colores.

El equipo de “Menzies”, su antagonista, era un bastión enexpugnable para el once azul y marrón: Geddes, Cave y Murphy, multiplicábanse en la extrema defensa, anulando toda insinuación de la vanguardia wanderina; Loders, Westwood y Rojas, semejaban tres gigantes que defendían sus prestigios de ganadores del cuadro de “Thunder”, campeón de la capital, en tanto que Gastón Hamel, Guillermo Lyng, Bradanovich, Gundelach y Balbontín, se estrellaban inútilmente frente al arco defendido por Woitas, que tenía dos adalides en Péndola y De la Barra.

– ¡Gol de Menzies!… ¡¡Gol de Menzies!!…

Y la barra wanderina, formada por la élite de los trabajadores del puerto, apretaba los puños, dando riendas sueltas al galope acelerado de sus corazones.

Y cuando Wanderers definió su triunfo sobre poderoso rival, Westwood y Lyng –los más definidos propulsores de los éxitos de Menzies– no soñaron, quizás, al saborear la hiel de la derrota, que desde el año siguiente se identificarían para el resto de sus años, con las casaquillas de Santiago Wanderers, para nunca jamás abandonarlas.

terremoto 1906 600x300Debe ser el peor desastre que ha sufrido Valparaíso en su historia. La ciudad se vino abajo y posteriores incendios calcinaron lo que quedó en pie incluyendo la documentación de Santiago Wanderers. En la sede de Independencia actual aún se guardan algunos trofeos, que fueron mudos testigos de lo que en la imagen se aprecia.

SEGUNDA PARTE: PARTIÓ SANTIAGO WANDERERS
CAPÍTULO VIII: SOMOS MÁS FUERTES QUE ESTA TRAGEDIA…

Era la noche trágica del terremoto del 16 de agosto de 1906.

La tierra parecía que bramaba y se sacudía como un toro en celo.

Los habitantes de Valparaíso, con las pupilas fuera de las órbitas, abandonaban, en su mayoría los lechos en donde acababan de tenderse, para lanzarse a la calle en paños menores, dejando abandonado tras de sí todo lo que tenían, con el único objeto de salvar el pellejo.

El puño nervioso de la naturaleza, tras cortos intervalos, tomaba por las pretinas a Valparaíso y lo sacudía como un niño.

Las casas del barrio del Almendral, a los pocos segundos, se habían caído de espaldas sobre la tierra, mostrando la pus sanguinolenta de su porrazo unísono.

Entre los esteros de Jaime y Delicias, orgullosos edificios se iban cayendo de bruces sobre sus sombras, amontonándose en las aceras, como viejas entumidas, junto al brasero de sobre de los incendios.

Todo el barrio del Almendral era una hoguera; las lámparas a parafina se seguían volcando sobre las mesas de los comedores y entre platos apenas tocados, produciéndose llamaradas que sobrepasaban las techumbres, cual si quisieran llegar al infinito.

Los cielos se habían cobrizados con los vislumbres de los incendios y los rostros de los damnificados que corrían despavoridos en distintas direcciones, reflejaban toda la intensidad de la tragedia.

La casa de Máximo Bruna ubicada a la entrada de la Avenida Brasil, no había podido salvarse y de un solo golpe se había caído sobre la noche, mostrando su vientre desgarrado, pero aún palpitante, a los cielos llorosos y ruborizados.

Francisco Montes de Oca, junto al dueño de casa, sentía correr por sus mejillas el plomo derretido de las lágrimas, mientras sus pupilas inmóviles se clavaban en el hacinamiento de hierros, ladrillos y maderas que representaban lo que había sido el hogar de Bruna y, al mismo tiempo, la secretaría de Santiago Wanderers.

Pedro Cortés Besa y el secretario Guillermo Wentt, que en medio del confusionismo y dolor de la tragedia, habían abandonado los suyos para salvar el historial de su instituto y lo que desgraciadamente no consiguieron, salvando sólo unos cuantos trofeos, pero no así la documentación, unieron su dolor a los presentes y en un abrazo extremecido juraron su continuidad, frente a las ruinas materiales de su existencia.

-Nada ha quedado de nuestro club-, exclamó Pedro Cortés, con voz temblorosa de emoción. –Pero aquí estamos nosotros, compañeros, que somos el nervio y el espíritu de la institución.
Efectivamente, amigos, –repuso Montes de Oca-. Mientras nos quede un hálito de vida nuestro club no podrá sucumbir. Colectivamente somos más fuertes que esta tragedia.

Los incendios de la ciudad lamían los cielos con sus lenguas voraces y los cuatro amigos, con los rostros cobrizados por las vislumbres, apretaron sus corazones, como puños de machos rabiosos, para sellar, esforzándose en detener el flujo de las lágrimas, la perpetuación de la existencia de su club.

– Todo se ha ido al diablo, por la chupalla-, exclamó con voz firme y rabiosa Guillermo Wentt. Pero Santiago Wanderers no puede sucumbir.
No puede sucumbir, repitió Pedro Cortés. –No puede morir porque Santiago Wanderers somos nosotros…

  • Este jueves por la noche publicaremos el capítulo IX y X titulados “Una sesión en sordina y una fotografía que no fue” y “Un gringo que se equivoca y más verdes que los pinos”, respectivamente.