¿A qué momento podemos comparar ese periodo que vivimos todos los comienzos y mediados de año, con Wanderers? Ese periodo de días, de semanas, en el que estamos en “vigilia de Wanderers”, a la espera de volver a verlo, volver a alentarlo, volver a encontrarnos con nuestro viejo amigo. En el que no importa que tengamos fútbol, Copa América, Eurocopa. Nada basta. Ni siquiera haber celebrado un histórico y merecido bicampeonato de América. Nada –pero nada– nos quita las ganas de Wanderers. Y pasamos de creer que es el fin del mundo y nos vamos a la B, cuando vemos que se va la mitad del plantel y el cuerpo técnico, a la ilusión de siempre, esa ilusión que es lo único que todos los años está presente en estas vigilias, porque aunque nos mostremos pesimistas y reprobemos –con justa razón– muchas decisiones de la S.A., creemos en Wanderers como un acto de fe. Y ¿qué es ilusionarse sino creer?

Sí, podemos decir que esta es una espera que tiene ese cosquilleo en la guata y esa expectación que tiene la espera de una cita, que tiene aquella certeza de que será un gran momento como también ocurre en la previa de una gran junta con amigos, tiene un poco de esa incertidumbre de la espera de rendir un examen para el que podrías haberte preparado mejor –siempre podrías haberte preparado mejor, ¿no? –, tiene aquella emoción que te provoca taquicardia los días antes a un gran concierto. Pero si bien puede ser una mezcla de todo ello, a su vez no podemos igualarlo a nada. Algún tipo nos dirá “aquí te pillo, tu vigilia es igual a la espera de volver a ver a la polola después de un largo viaje”, a lo que podríamos replicar “¿cuán seguro estás de que tu polola es el amor de tu vida?”.

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Y si el Wander es el amor de mi vida, ¿qué le pido? ¿Qué quiero lograr en esta relación, en este torneo, con el Decano? Y hoy en día las respuestas parecen estar claras: ganar. Pareciera que todo en el mundo se reduce a ganar, y el fútbol no ha quedado exento. Sin copa no sirve. Que lo diga el mejor del mundo, que renuncia a su selección por no conseguir ganar una final. Que lo digan aquellos clubes que se venden a capitales totalmente ajenos a su realidad, a su historia, solo buscando ser más competitivos. Lo lindo es que el fútbol y Wanderers son siempre como la vida misma. Y uno en la vida va conociendo personas y situaciones en las que quiere quedarse, y cuando eso ocurre no buscamos simplemente ganar, buscamos repercutir, dejar huella, ir más allá. Que no todo se reduzca al resultado final, al desenlace, sino dejar algo y quedarse con algo. Porque los triunfos y las derrotas van y vienen. Los aprendizajes, las tramas, se quedan contigo.

Me encanta ganar. Quiero ganar siempre, quiero que Wanderers gane todas las competiciones donde participa. Pero reducirlo a eso es ver solo una parte del panorama. Al Vagabundo no “solo le pido que vuelva a ganar y que el Puerto se convierta en carnaval”, como cantan Los Panzers. Le pido más, quiero lograr más, y por eso lo aliento con el alma. En este inicio de temporada a este Wanderers que es más Wanderers que nunca, colmado de cerro, de barrio, de zapatos entierrados, repleto de sangre nuestra, de nuestra cantera, le pido continuar con lo que hicimos el primer semestre. A este Wanderers le pido trascender.